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Cita del día para recordar:

domingo, 17 de abril de 2011

Domingo sin ramos

 

Como cada mañana hago mi recorrido. Camino sobre el puente, escucho el canto de algún mirlo, el gorjeo peleón de los gorriones y la llamada de las lavanderas, todo ello medio ahogado por el rugir fiero de unos pequeños rápidos. Atravieso el puente por su lado derecho, la maleza de esta parte del río lo hace salvaje.
Palomas corretean por la calle, buscan los restos de la batalla nocturna. Se apelotonan enfrente de las puertas de los bares, buscando entre lo que la escoba ha sacado a golpes del local. Lejos se pierde el sonido de los rápidos y los pájaros.  Pasa veloz algún coche, dentro mercenarios de la noche buscan un sitio donde recalar y espabilar el día que comienza.
Poca gente por la calle, la mayoría se desliza al final de una cuerda de la que tira un presuroso perro. Un grupo de “zombis” se apelotonan a las puertas de un cerrado pub. Pareciera que les mueve solo la necesidad del consumo de alcohol. Miran ansiosos a través de los ventanales y la cerrada puerta, al final se van buscando otro local con la vana esperanza que esté abierto. ¿Se guiarán por el olfato?…

La calle y el día siguen silenciosos. 

El cielo está surcado por varias líneas, efímeros caminos de humo, es el indicador del paso de un mundo que no para, que no tiene límites, que nada lo detiene. Al frente el monte y, tras él, el penacho de humo de las chimeneas de una central térmica. Se eleva recto hacia el infinito. Y los árboles en el monte, pequeños pinos que pareciera no querer crecer nunca, como si fueran los Peter pan de la naturaleza, verdes siempre, como él. Quizá estén ya cansados de soportar el fuego año tras año y el humo día tras día.

Ya tengo hecho parte de mi recorrido, ahora regreso por el otro lado en esta larga avenida. La mañana está fresca y el sol luce esplendoroso en el cielo.

De nuevo el puente, desde este otro lado apenas se escucha el rugido de los rápidos. Abajo un par de patos se pelean por algo que hay en el río. Este lado muestra la belleza de la naturaleza salvaje cuidada lo justo para no romper esa autenticidad de lo real, aquí nada está recreado. Entre los árboles se mueven petirrojos o carboneros, alguna vez he vislumbrado un rayo azul eléctrico a la pesca de pececillos. Observo, mientras cruzo, la estampa, que he visto miles de veces, del castillo con su ladera que va a morir al río y esa bajada “oculta” que servía para abastecerse de agua.

Llego al final del recorrido, enfrente las pequeñas casas que resisten los años y a esas moles de pisos que pareciera querer devorarlas. Ahí siguen, en pié, con sus pequeñas selvas en que se han convertido sus patios traseros. Una valla metálica sirve de escaparate para todos los carteles de los eventos, conciertos, mítines, publicidad de cualquier tipo.

Y así termino mi pequeño recorrido diario. El domingo es para disfrutarlo ya no hay la prisa de la semana, todo tiene otro ritmo y la ciudad, dormida todavía, da un respiro antes de comenzar la dura batalla que nos espera.

De momento me voy con mi tazón de cereales a disfrutar del canto del mirlo que tengo en el jardín trasero y del “Idjé sen” de Ann'Sannat.

Feliz día.

 

firmaalef

 

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