Su aliento llenó la noche
indefiniblemente, cálido y frío.
Más allá del arrullo de animal salvaje
o el siseo vaporoso del escurridizo reptil,
trazó con una luminosa línea el horizonte
rasgando la obtusa negrura del cielo nocturno.
Fue una gran explosión de luz,
un rugido prodigioso,
un vibrar intenso.
La llamada de los dioses a los mortales.
Como si Tyr hubiese golpeado la tierra
o Freya paseado con su carro por el firmamento.
Y allí quedo, levantando una columna de vapor
recortando la figura de los abetos
iluminando de rojo su descortezada albura
antes de convertirlos en negros mástiles
de un mortuorio drakkar real.
Así me contó mi padre como fue,
y a el se lo narró su padre,
y a este el suyo.
Así ocurrió el día que el Dragón descendió del cielo
y se lanzó hacia la tierra embistiéndola.
Con su cuerpo hizo esa gran ensenada,
y con su sangre llenó la bahía
desde donde zarpan nuestras
gloriosas y ligeras naves.
Escucha el poema narrado por Nicanor García Ordiz en su programa “Noches de Luna” de Formula Hit Bierzo.
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