Caía la tarde cuando asaltaron su hogar
y uno a uno los fueron echando al montón
en el suelo, pisoteados, mancillados.
Clareaba el alba camino del mercado.
Allí los mostraron a curiosos,
a necesitados, a desalmados.
Mercancía en manos distintas.
Tuvo suerte, a él lo compraron.
Otros fueron conducidos al infierno
quemados hasta reducirlos a cenizas
o simplemente destrozados y olvidados
en un rincón del sendero para que se
pudran y sirvan de escarmiento…
¿Suerte la mía?.
Ya ves como me encuentro
encadenado en este lecho
sin poder mostrar todo mi conocimiento
más que al erudito que me mira
con ávidos ojos y mucho recelo
deseando encontrar lo que no poseo.
¿Dónde estás tú que me releías,
amigo del alma, con placer sincero
acariciando cada palabra del texto?
Triste y solo languidezco,
ahogado en este encierro.
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