Madrugada del mundo,
la vida llega
el llanto alegre
al dolor despierta.
No permitas, señor,
que el nuevo ser sea
desgraciado e infeliz
en esta condena.
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Nunca quiso labrar la tierra
ni cultivarla, ni cuidarla.
El pueblo pasaba hambre
por eso se embarcó en una guerra.
Quería alimentarlos a todos
con la fuerza de las armas.
Al final descansa en el campo
y de entre sus blancos huesos
surgen fuertes y rebosantes
espigas de amarillo trigo.
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Cae la luz de la farola como aurora boreal
y arropa al reguero que serpentea sucio
sobre el negro asfalto cuarteado de la calle
perdiéndose en oscuros sumideros.
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